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 DESDE BROADWAY CON AMOR por Diego Rebollo 

 

“Xanadu: Patinando hacia el éxito”.

 
Existen ciertas películas en la historia que pese a tener un resultado creativo fallido, haber fracasado en taquilla o ser algo extravagantes o raras acumulan seguidores y terminan convirtiéndose en películas de culto. Éste es el caso de “Xanadu”, el film de 1980 dirigido por Robert Greenwald. Contaba la historia de una musa que decidía bajar a la tierra, a California, para iluminar la creatividad de un pintor, terminando ambos inaugurando un centro artístico multidisciplinar que incluía una roller-disco (como una discoteca pero donde se baila con patines). El argumento es, como mínimo, un pelín extraño y bastante kitsch, y si os preguntáis qué actriz se prestó a protagonizar semejante historia la respuesta es que fue nada más y nada menos que Olivia Newton John, en la cresta de su popularidad en aquel momento tras el tremendo éxito dos años atrás de la archiconocida “Grease”. Y no sólo ella si no que el mítico Gene Kelly, protagonista de clásicos como “Un día en Nueva York” o “Cantando bajo la lluvia” tuvo su último papel protagonista en el cine en esta película. A pesar de la ayuda de estas dos estrellas el film fue un estrepitoso fracaso en taquilla de los que hacen historia, acumulando incluso seis nominaciones en el primer año de existencia de los premios Razzies (el equivalente a los Oscars para los peores films del año). Paradójicamente, su banda sonora fue un éxito total, llevando a ocupar el número 4 de la lista del Bilboard de la época y albergando singles como “Magic”, “Xanadu”, “All Over The World”, “I’m Alive” o “Suddenly”.

 

Esta extraña combinación de argumento imposible, protagonistas estrella, fracaso en taquilla y éxito en las listas de éxito rápidamente hizo de “Xanadu” un película de culto con un sitio entre la imaginaría popular, la estética ochentera y lo entrañablemente hortera. Pese a no ser una película que conozcan las masas si preguntáis a la gente y recuerdan algo de la misma probablemente sea que se pasaban toda la película andando y bailando en patines. Que la recuerden por unos patines no la convierte en un clásico del séptimo arte pero al menos si la hace ocupar un lugar de honor el pódium de los películas más kitsch de la historia.

Con la particular historia que llevaba este título a sus espaldas no nos extraña que cuando se anunció que el film se iba a adaptar a los escenarios de Broadway a modo de musical más de uno se sorprendiera y se echara las manos a la cabeza. ¿Qué productor estaría tan desquiciado para invertir su dinero en una versión para las tablas de un fracaso cinematográfico? Muchos no terminaban de creérselo y lo achacaban a una moda momentánea por recuperar las iconos de la década de los ochenta pero poco a poco vieron que el proyecto iba tomando forma y que abría sus puertas en Marzo de 2007, inaugurándolo oficialmente el 10 de Julio con la asistencia de una madrina de excepción que no podía ser otra que la mítica Olivia Newton John.

 

A pesar de que este proyecto tan particular terminó representándose finalmente en Broadway, muchos escépticos esperaban que corriera la misma suerte del film de 1980, que se hundiera para siempre en unos meses y que acumulara las peores reseñas que se recuerdan de los más ácidos críticos de Nueva York. Pero nada de esto sucedió, inesperadamente el musical empezó a acumular espléndidas críticas de los más prestigiosos medios una detrás de otra y el boca a boca lo convirtió en el show del que todo el mundo hablaba y que había que acudir a  ver. Frases como “El Cielo sobre Ruedas. Extravagantemente divertido e irresistible”, “Lo más divertido que encontrarás en Broadway”, “Hay suficiente talento sobre ruedas sobre el escenario de Xanadu para sostener una temporada de nuevos musicales entera. Afilado buen humor y magnético espíritu alegre” se acumularon en los mejores periódicos y milagrosamente el musical se empezaba a convertir en un espectáculo de culto con seguidores incondicionales al igual que el film, aunque con una pequeña salvedad, que ahora le acompañaba un total y absoluto éxito de crítica y público.

He de confesar que yo compré hace tiempo la película original atraído por su popular banda sonora y no pasé del primer cuarto de hora, el sopor que me invadió me hizo caer completamente dormido. En ese momento comprendí que era verdad que el film tenía la curiosa virtud de ser un icono de culto con preciosas canciones a la vez que un terrible bodrio cinematográficamente hablando. Por ello no podía sentirme más atraído ante la idea de comprobar qué sucedía en escena para que la versión de “Xanadú” para Broadway se hubiera convertido en algo de lo que todos hablaba y recomendaban fehacientemente. Fue empezar la función en el Helen Hayes Theatre y darme cuenta de que tenían razón y estaba contemplando uno de los más inesperados y rotundos éxitos de la temporada.

En esta producción han optado por ridiculizar el argumento original al máximo y crear una especie de farsa en la que todo es excesivo y está llevado al límite. Y funciona. El espectáculo es pura comicidad y los personajes se convierten en una especie de dibujos animados vivientes, en unos cartoons de gestos y maneras exagerados pero tremendamente divertidos. Todo está llevado al límite y ellos mismos se encargan de mofarse continuamente del absurdo del planteamiento en cuestión. Está claro que el argumento original de una musa bajando del Olimpo a California para inspirar a un pintor a la vez que patina es un tanto ridículo y atípico y ellos se encargan de remarcarlo sin ningún rubor. Han corrido un riesgo muy grande adaptando esta película tan particular pero han acertado de pleno llevándolo al terreno de la comedia más pura, donde los intérpretes echan mano de lo más exagerado de su repertorio creando unos personajes que desbordan humor.

 

 

Básicamente es lo que hace que este musical funcione perfectamente, que los 10 únicos actores que lo componen derrochan tan buen hacer y crean unos personajes tan hilarantes que no te hace falta absolutamente nada más. Clio/Kira, el propio personaje que interpretó Olivia Newton John en su momento esta sobreactuado hasta la caricatura por la magnífica Kerry Butler, resaltando su rubia candidez al cantar y su fuerte acento australiano. Todo en ella es rubio y rosa, hasta sus pómulos que parecen hechos de terciopelo o los calentadores con purpurina que cubren sus tobillos. Esta especie de amago de Barbie venida de Australia sabe aguantar gran parte del peso de la función creando una caricatura andante que está pidiendo a gritos ser premiada con un Tony cuanto antes. Y no es la única porque el dúo de malvadas musas compuesto por Melpomene y Calliope interpretado por Mary Testa y Jackie Hoffman se mueven por el escenario como un par de ratillas envidiosas, como dos histriónicas alimañas que con su sola presencia hacen que el patio de butacas estalle en carcajadas y que se vaya guardando un sitio para ellas como nominadas a mejores actrices de reparto. Mención aparte merece también Cheyenne Jackson en la creación del personaje de Sonny, el cándido pintor Californiano que a pesar de su inocencia desprende erotismo con sólo moverse por el escenario. Y como no, el resto de las musas y personajes del Olimpo, pequeñas obras maestras cada una de ellos por separado, con sólo unos pequeños apuntes y no muchas líneas de texto son personajes que deseas que vuelvan a salir a escena continuamente porque crean un especie de grupo prefabricado de personajes paródicos y estereotipados, pero tan bien estereotipados que rozan casi la técnica del clown, siendo una auténtica delicia verles actuar.

La escenografía es tremendamente sencilla pero efectiva, consiste únicamente en un escenario diáfano flanqueado por varios elementos griegos como gradas o columnas. En las gradas es precisamente donde se sienta parte del público ya que este show tiene posibilidad de comprar entradas algo más baratas y sentarse en escena junto a los actores. Este hecho dará mucho juego a lo largo de la función ya que además de dar la impresión de anfiteatro, se presta a muchas bromas entre los actores y el público allí sentado. La mayor atracción a nivel de puesta en escena es que se pasan gran parte del musical sobre ruedas. Se sabe que la película era así pero no deja de ser curioso y divertido ver a  los actores interpretando sus personajes a la vez que se desplazan patinando sobre el escenario. Pero no sólo los patines serán el único elemento peculiar, también al igual que en la película, las musas cobran vida a través de un grafiti en el suelo (que será reflejado por un enorme espejo), un caballo volador transportará a Clio/Kira al Olimpo…

Mención aparte merece el vestuario. Las musas lucen unos trajes de inspiración griega sencillos pero muy bonitos y con muchos pequeños detallitos que puedes ver si te fijas como estrellitas, purpurina… y combina perfectamente con un maquillaje muy exagerado, también inspirado en el comic o los dibujos animados, con muchos brillos, pómulos muy marcados, puro años ochenta. Pero cuando realmente se luce el diseño de vestuario es cuando aparecen las diosas y dioses del Olimpo. No quiero destripar muchas sorpresas pero la carcajada es general cuando van entrando un minotauro, una medusa o un centauro muy particulares.

Una vez más, como en tantos musicales hoy en día, se terminará con todo el público en pie, con las bolas de discoteca a todo trapo, cantando y bailando todos al unísono la canción que le da título. Xanadu ya se ha convertido en un musical de culto, el culmen de lo absurdo, de lo ochentero, de lo gay, de lo kistch… pero sobre todo de la diversión. Como ellos mismo publicitan “Xanadu en Broadway. En serio”. Parecía una broma, pero se convirtió en una realidad y ante todo en uno de los musicales más divertidos en años y en uno de los éxitos de la temporada.

Lo mejor: El humor absurdo y exagerado, basado en gags y golpes de efecto cercanos a la técnica clown y a sketchs de humoristas televisivos y en la expresividad gestual de los personajes.

Lo peor: Es un musical de pequeño formato sin grandes alardes ni en el número de actores ni en el apartado escénico, pero quizás que todo sea más pequeño y el contacto más cercano con el público le haya hecho conseguir conquistarlo.

¡Hasta la próxima semana!

 

Desde Broadway con amor,  Diego Rebollo.

 


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